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Mensaje por Admin Jue Mayo 07, 2015 1:14 pm

Uñas (Pianistas) Uyiasi10
Largas, cortas, pintadas, esmaltadas, rotas y mordidas, limpias y no tan limpias, cortadas diligentemente y descuidadas hasta lo inverosímil: miras las uñas de los pianistas y te encuentras realmente de todo. No sólo en las aulas de los conservatorios —donde hallas, a veces a muy corta distancia, los extremos de cada cosa, y lo que es más curioso es que te los encuentras en ambos bandos: el de l@s alumn@s y el de l@s docentes…—, sino en las propias salas de concierto.

Qué duda cabe que, a partir de cierta extensión, las uñas largas imposibilitan cualquier ejecución al piano: la pianista de esta foto, sin ir más lejos, tiene evidentemente poco que ver con una profesional de la música (y no lo decimos sólo por las uñas, evidentemente). Pero una vez descartados esta clase de excesos, queda todo lo demás: un surtido de opciones de lo más diverso que interactúa con otra realidad no menos cierta, y es la diversidad morfológica de las manos entre los seres humanos. Y las uñas, en esa diversidad, son de lo que más cambia.

Hay uñas alargadas y uñas más bien cuadradas, uñas planas y uñas abovedadas, uñas cuyo borde es casi recto y otras en las que es muy curvado. Más allá de las elaboradas y fantasiosas interpretaciones que de ello hace la quiromancia, es indudable que esta diversidad condiciona el contacto entre el dedo y la tecla. Sin olvidar, en el caso del pulgar, la braquidactilia de tipo D (lo que vulgarmente se conoce como “pulgar de cachiporra”), una malformación genética relativamente frecuente que no suele interferir demasiado  con el desarrollo de la técnica pero condiciona notablemente la proporción entre uña y parte carnosa del dedo.

Las propias manos de los grandes compositores nos enseñan un significativo abanico de realidades distintas. La célebre horma de la mano de Chopin realizada por Jean-Baptiste Clésinger muestra unas uñas excepcionalmente anchas y planas, mientras que las hormas de la mano de Liszt (en particular la interesantísima horma tardía realizada por Alajos Stróbl en 1884) evidencian la presencia de una uña algo más afilada.

Otras informaciones nos llegan de quienes conocieron personalmente a algunos de los grandes protagonistas de la historia del piano: no tenemos un molde de la mano de Brahms, pero sí sabemos de sus yemas pequeñas y sus uñas afiladas, lo que es especialmente curioso en su caso, ya que hoy relacionamos su música con un agarre al instrumento que parecería favorecido por una yema de mayor envergadura. Y en efecto, al margen de cualquier posible reflexión a cuál pudo ser efectivamente el sonido de Brahms, este ejemplo nos recuerda que no tiene sentido separar el estado de las uñas de lo que es el conjunto de la técnica de un pianista.

La longitud de las uñas está en directa relación, en particular, con la inclinación de los dedos y con el ángulo con el que la falange distal (la llamada “falangeta”)  suele entrar en contacto con la tecla: mantener la punta del dedo en una posición perpendicular sólo es posible si la uña no es excesivamente larga, y viceversa. De ahí que, sobre todo en los niños, la tendencia —trágicamente frecuente— a doblegar la última falange coincida a menudo con unas uñas proporcionalmente más largas (por descuido, por lo general, más que por coquetería, aunque también se da esto último…).

Pero también es cierto que la longitud de la uña no siempre es proporcional con el grosor de la yema. Hay uñas que recubren casi enteramente la falange, llegando hasta la terminación misma del dedo, y otras que, si no se han dejado crecer demasiado, dejan a la vista una parte considerable de la yema. Todo ello condiciona la relación física que el pianista tiene con la tecla: una uña que se extienda hasta el extremo de la falange aporta mucha estabilidad a la yema, que en ese caso, además, no suele ser muy ancha ni muy carnosa, mientras que una yema más gruesa ofrece un mayor agarre al teclado pero puede también incrementar la inercia, especialmente en los pasajes de agilidad. Y en esos casos hay que preguntarse si es realmente conveniente que la uña sea muy corta, o si no es preferible dejarla crecer un poco, para dar mayor estabilidad a la yema y asegurar un contacto más inmediato con la tecla.

Aprender a cortar adecuadamente las uñas es, por tanto, indispensable. Cortarlas, evidentemente, porque lo que conviene descartar siempre (por muchas razones, pero empezando aquí por las estrictamente pianísticas) es la opción de… comérselas. Así que habrá que cortarlas, y con cierta continuidad. Y aquí entra en juego otra variable: ¿las cortamos con tijera? ¿Con cortauñas? ¿Con lima? La lima es más precisa y progresiva, y acaba por ser preferible, si somos muy constante en el cuidado de las uñas. Si hemos de cortar bastante, hay quien prefiere un cortauñas (pero cuidado, porque con él es fácil no atinar con el corte), sin olvidar por supuesto las tijeras de toda la vida, que acaban por ser muy operativas, si las usamos con criterio (en Musikeon tenemos un recuerdo personal relacionado con las tijeras de uñas: durante la primera visita de Lazar Berman a nuestros cursos, nos pidió que le acompañáramos a una farmacia para comprar unas tijeras —tenían que ser tijeras, no otra cosa: dejó bien claro su rechazo de cualquier posible alternativa— porque se le acababa de romper ligeramente una uña, y seguimos conservando esas tijeras como si se tratara de una pequeña reliquia…).

Las posibles rupturas de las uñas, así como la frecuencia con la que pueden darse heridas en diferentes partes de la falange distal, pueden llegar, además, a desembocar en la necesidad de adaptarse a tocar con tiritas: ha sido durante años el caso de Alfred Brendel, cuyos videos han inmortalizado esas tiritas aparentemente tan incómodas, pero su caso no es el único. Y nos recuerda la necesidad de cuidar la salud de nuestra mano, para prevenir, especialmente en los meses más fríos: unos buenos guantes pueden ser un importante aliado de cualquier instrumentista.



Y si de la salud pasamos a la coquetería, el tema “uñas” se hace aún más sugerente. Yuja Wang ha aparecido recientemente retratada en una foto que ha hecho verter ríos de tinta: se la ve acostada encima de un piano, cubierta únicamente de unas simples páginas de papel pautado. Probablemente es normal que nadie haya hecho mucho caso a sus manos, fijándose más bien en lo que sucede con otras partes de su cuerpo, pero en esa foto las uñas aparecen pintadas con extremo cuidado, reproduciendo precisamente el alternarse de teclas blancas y negras.

No se trata, por otra parte, de un caso tan nuevo: en el pasado, otras pianistas (no nos consta de que haya sucedido con ningún varón) han aparecido en fotografías y videos luciendo uñas de colores. Lo hizo excepcionalmente incluso Alicia de Larrocha; pero quien fue la principal valedora de esa opción fue la gran Magda Tagliaferro, que con ello completaba una propuesta estética a menudo llamativa, que incluía un pelo teñido con colores vivos y vestidos a menudo muy creativos. Las uñas pintadas sorprenden al espectador, desde luego, creando un curioso juego cromático con el teclado; pero es legítimo preguntarse sobre todo si esas uñas, a una pianista como Magda Tagliaferro, no le resultaban molestas a ella misma, si no la distraían a la hora de tocar. Y evidentemente la respuesta es: no. Lo demuestran sus maravillosas grabaciones discográficas, e incluso videos tan extraordinarios como éste, realizado a la increíble edad de 92 años.



Desde luego, Magda Tagliaferro nunca dejará de sorprendernos. Y nunca dejaremos de aprender de ella. No sólo en lo estrictamente pianístico: basta leer una frase como la que cierra este video, verdadero testamento vital, para enamorarse para siempre de esta mujer sin igual. Pero si nos limitamos al aspecto técnico, estas imágenes nos recuerdan que, una vez más, es imposible dar reglas: lo que a unos le resulta impensable, puede funcionar para otra persona.

Al acabar el prólogo de sus Estudios, y tras subrayar su renuncia a sugerir cualquier tipo de numeración, Debussy exhortaba a sus intérpretes: “Busquemos, pues, nuestras digitaciones”. Parafrasear esta frase es una tentación irresistible: “Busquemos, pues, nuestras uñas”. Porque también en lo que a uñas se refiere no hay reglas abstractas, sino la necesidad de buscar los caminos que sentimos más acordes con la morfología de nuestro cuerpo y aquello que queremos hacer con él.

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